lunes, 2 de agosto de 2010
viernes, 16 de julio de 2010
miércoles, 14 de julio de 2010
EN LAS PRÓXIMAS, NO VOTO
ME SUBE LA BILIRRUBINA
MANIFIESTO CONTRA LA VISITA DE KAGAME A ESPAÑA (UMOYA)
LA ONU PROMUEVE UNA GRAN FARSA
lunes, 12 de julio de 2010
EL AGUJERO
El sol le cegaba los ojos cuando levantaba la cabeza. Así que terminó por desviarlos hacia el suelo, donde descubrió una roca grande que había sobrevivido a los estragos de la excavadora. Sujetándose en ella, se levantó sintiendo un extraño mareo que no le permitía pensar en nada. Dedujo que había sido sedada, de ahí las nauseas y la visión borrosa.
Permaneció un tiempo agarrada con una mano a la piedra y con la otra apoyada en la pared, y cuando se recuperó un poco, examinó el habitáculo que la acorralaba, con sus paredes circulares, como los indios rodean la hoguera. No debía de tener más de tres metros cuadrados y la tierra era seca, áspera y gruesa. Aquí y allá, diseminados por el suelo, había pequeños montículos de arena más fina que habían resbalado entre las viejas fauces metálicas manipuladas desde la cabina. Resultaba aterrador comprobar que se encontraba situada en el final que cerraba aquella especie de tubería, unos seis metros más abajo de la superficie.
El sol había abandonado su cenit y una de las paredes lo tapaba creando una zona en sombra donde se resguardaba. Aún así, el aire era también caliente y se pegaba a su cuerpo como una bolsa de plástico, quemándole la piel y dificultando la respiración. Abandonada a la suerte de los animales salvajes, durante quién sabe cuántos días más, intentaba alejar los malos pensamientos y concentrarse sólo en el método que llevaría a cabo para escapar de aquel agujero.
Era totalmente imposible escalar la altura de los muros con la única ayuda de sus manos y piernas, y llegó a la conclusión de que la otra alternativa que le quedaba le costaría demasiado tiempo y esfuerzo, durante el cual perdería el estado físico y mental que todavía conservaba. Lo que pensó exactamente fue un túnel lo suficientemente estrecho como para caber por él, que poco a poco se iba elevando hacia el exterior. Una gruta artificial que quizás le salvaría la vida.
Empezó a arañar la pared y comprobó que la tierra no era demasiado compacta, que tras incidir en el mismo sitio, la arenisca cedía a la fuerza de sus manos. Al cabo de un rato, empezaba a oscurecer. Sin otra noción de tiempo, se sentó a descansar, y juró en mitad del desierto que cuando saliera se compraría un reloj suizo, pero por el momento tendría que conformarse con esperar a que amaneciera para volver a hacer acopio de todas sus fuerzas y continuar excavando sobre aquella grieta del tamaño de un ratón de campo.
Justo antes de quedarse dormida, pensó en la ayuda de un personaje televisivo que usaba chicles, horquillas y que convertía cualquier utensilio doméstico en arma de vital importancia en la escapada. Llegaron las lágrimas como dos surcos negros en la arena de su cara, pulida por el sudor, hasta que fue derrotada por el sueño.
Amaneció con una sensación de pesadez propia del que ha dormido profundamente y se ha despertado con el alma en vilo. Desubicada, comprobó con horror la certeza de la pesadilla que sonaba hambrienta en sus tripas y desafiando las leyes de la lógica, levantó las piernas hasta apoyarlas contra la pared, elevando también los ojos hacia lo alto para ver con decepción que sobre sus pies seguía extendiéndose la verticalidad del muro. Permaneció en aquella extraña posición, sujetando el peso del cuerpo sobre los brazos y la cabeza, pensando en gitanos, en tribus africanas, en un boomerang en su camino de regreso, en los nidos de las cigüeñas, en un ventilador girando en el techo, en la lavadora de su casa, en una bola de helado... Helado que no dejaría que se derritiera...
Estaba delirando, pero como no se daba cuenta, tampoco se asustó ante la idea de enloquecer. El helado estaba riquísimo. Y le dio las gracias al vendedor del carrito ambulante ¡Gracias! Gritó colocando las manos a ambos lados de la boca, después de desplomarse sobre el suelo. Pero nadie contestó excepto el eco, seco y corto, que desapareció para dejar paso a otro sonido que se acerca: el ruido de unos neumáticos, el peso muerto de un cuerpo arrastrado, la puerta trasera de un coche que se cierra, unos pasos.
El Cartel se había encargado de mantenerla el tiempo suficiente alejada. El motivo era tan simple como que era considerada un objeto utilitario, una pieza más del engranaje que consolida día a día, el sistema de jerarquías de los grupos de narcotráfico. Estaba recuperando la lucidez y rápidamente entendió el alcance de su situación: probablemente se encontraba en algún lugar perdido de Sonora. Se secó el sudor de la frente con las manos y se tapó la boca ella misma, para no gritar.
TODO EL MUNDO QUIERE IR A JAPÓN
- ¿Cuántas monedas necesito?
- Sólo cuatro.
- ¿No serán pocas?
- Serán suficientes.
Sobre los largos salientes del tejado, la lluvia se acumulaba formando grandes charcos que se dejaban caer luego hasta el suelo en exquisitas cascadas. El paisaje exterior, velado por los antiguos flecos de la ancestral cortina de agua, era incesante objeto de estudio que Akari observaba, detenida en el banco de madera. El viejo cráter del volcán se erguía majestuoso tras la neblina de la mañana como un gigante impávido se crece ante los azotes de los últimos vientos fríos de Marzo.
Minutos después, la joven Akari se montaba en la embarcación que la llevaría hasta Oirase, donde cogería un tren hasta Aomori. Se despedía del anciano Kyosuke con un cortés gesto de cabeza que él le había enseñado, a la vez que juntaba las palmas de ambas manos.
En el camino, dejándose llevar por el constante chapoteo de los remos sobre el curso del río, pensaba en los cerezos de Tokio, que muy pronto florecerían, y en la llegada de los excursionistas hasta la parte Norte de la región, donde nadarían entre las fauces del famoso Lago Towada.
Dejó amarrada la embarcación en la orilla, desprendiéndose de ella en un rito que simbolizaba una separación mayor, la de Akari con el río. Durante meses se había sentado allí, junto a él, y le había ido contando, junto al rítmico discurrir de sus aguas, todas las penas que su corazón albergaba. Le explicó con todo tipo de detalle, lo que un inesperado golpe puede suponer en una vida temprana y cómo, desde que había sucedido aquello, parecían contener sus pulmones un pesado saco de cemento que no dejaba entrar ni salir el aire fresco.
Los días transcurrían y al igual que los hindúes se sentían purificados después de haberse bañado en el sagrado Ganges, Akari sentía que Amaterasu ("deidad que ilumina el cielo"), que nació de las manchas que Inazagi lavó en el río, se llevaba sus palabras heridas hacia el mar, donde ya no serían nada más que eso, palabras rotas que se pierden en su lamento para desaparecer después.
Dos días antes de sus partida, creyó entender que la "diosa ilustre" la bendecía. El río le devolvió su sonrisa; estaba hecha con los miles de reflejos de sus escamas de plata, bailando al son de un caudal que crecía y crecía y que hacía penetrar la luz del sol desde lo alto del cielo en la cara lavada de su nuevo rostro. Decidió que había llegado el momento de irse. Y así se lo comunicó a su benefactor.
De pronto, escuchó el llanto de un niño que provenía del mismo margen del río en el que ella estaba, y al desviar la cabeza hacía el sonido, descubrió un establecimiento al aire libre. Oirase: Por fin había arribado. El bebé que lloraba estaba a escasos metros suyos, sentado sobre las rodillas de su madre, reclamaba el yakionigir (bolitas de arroz tostado) que ella se llevaba a la boca con fruición. Ummm... El olor de la comida hizo que caminara unos pasos hacia el restaurante, alejándose, ya casi sin darse cuenta, de la naturaleza silenciosa de la que venía.
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Los campos estaban preparados para el cultivo. Hacía más de dos décadas, desde que los agricultores de Inakadate habían convertido la siembra de arroz en un arte paisajístico. Año tras año, al terminar las lluvias y comenzar la primavera, los campesinos elegían con precisión, la disposición en la que plantarían las distintas variedades de semillas para crear unos dibujos de extensiones considerables, magníficas.
Una de las hijas Tanaka, llamada Haru, había informado a Akari de que este año no volverían a recrear el monte Iwaki y de que a ellas dos les había tocado plantar el arroz Kodamai. Haru parecía entusiasmada con la idea de plantar "el arroz morado y amarillo, y no el verde, típico de la región". Es el más bonito, ya verás. Había concluido.
Para poder ver el resultado de todo aquello, tendrían que pasar cuatro meses más. Akari lo sabía e intentaba no impacientarse por el futuro. Las cuatro monedas que Kyosuke le había dado, fueron suficientes. Apenas gastó una de ellas en los billetes de tren y el señor Tanaka aceptó de buen agrado las tres restantes.
Al amanecer, todos se pusieron las botas de goma y salieron al campo. Las parcelas inundadas les esperaban fuera y, a simple vista, no parecía que el nivel del agua alcanzara medio metro. Aún así, Akari se sintió mayor al recordar que ese año había crecido 20 cm. "El viejo Kyosuke", pues así era como le llamaba, había ido trazando todos los meses sus avances con una tiza, y en aquel mismo instante, evocó la imagen perfecta de la última marca blanca en la pared; de tal modo que le embriagó una extraña sensación de autosuficiencia, que unida a la añoranza que sentía por su amigo, se tornó rápidamente en melancolía. Mientras, a mano, asentaba en la tierra empapada, una a una las semillas.
El sol se empezaba a asomar tras la cumbre del castillo y todos los niños corrieron hacia el torreón concentrando cada vez más, la mirada en lo alto. Subieron las escaleras de tres en tres y al encontrarse con el cielo abierto, Akari cerró los ojos. Sin saber por qué, sus ojos se resistían tras la penumbra de sus párpados, como en el interior de una cueva oscura, sellada por una enorme piedra. Quizás todo el esfuerzo del trabajo hubiera sido en vano, pero Akari tenía que cerciorarse de que el terremoto había quedado atrás. Que el paisaje que encontraría al salir de su oscuridad, no sería la viva imagen de la desolación que rasgó en dos la tela invisible de la mañana que siguió al Tsunami.
- Este año hemos dibujado al guerrero Sengoku montado a caballo- le susurró Haru al oído.
- ¿Y ves aquel haz de luz que llega del horizonte? Continúo para animar a su amiga.
Entonces, una certeza invisible atravesó como un rayo el espejo de sus pupilas que se abrió. Comprobó que amanecía, y que Sengoku montaba su caballo justo después de ver danzar a Uzume como brisa que ondula los campos.
lunes, 5 de julio de 2010
ISMAEL Y AGAR
se descubra
bajo tus trazos inciertos
y la claridad continúe
difuminada la arena
en nuestro hogar.
Abramos las contraventanas azules
la niña espera
Sabina, desde su tumba
destapa el cálido monzón
la ondulación
dunas desérticas.
Hallamos el movimiento desconocido
de las alfombras voladoras.
Buscamos
un tesoro escondido
la llave
abre todas las puertas
descubre tu fragilidad
fiero rostro de barro seco.
La casa Roja del té
se parece demasiado a la Tierra Prometida,
Ismael.
viernes, 2 de julio de 2010
DEPARTURES 4: DESDE "EPPING FOREST"
Un día se me ocurrió un nuevo plan. Consistía en imaginar que nada de lo que existía a mi alrededor era real. Imaginaba así que todo estaba dotado por principio, de una dualidad que más allá de inquietarme, lograba calmarme. Desde entonces, siempre había pensado que, sobre todo, en una gran ciudad, este ejercicio era altamente recomendable. Sin embargo, ahora que me hallaba en una de las ciudades más cosmopolitas y extensas del continente, todas las circunvalaciones de la vida se descubrían ineludiblemente auténticas. La existencia se revelaba contra mi teoría con la contundencia de un bajo de jazz.
jueves, 1 de julio de 2010
DEPARTURES 3: PUNTO DE ENCUENTRO
"Reflejos 1: CD" (Mir, Rascafría Junio 2010)
martes, 29 de junio de 2010
SOUL KITCHEN AND THE PINKER TONES
jueves, 24 de junio de 2010
DEPARTURES 2: LA PIEL DEL REPTIL
martes, 22 de junio de 2010
DEPARTURES 1
viernes, 18 de junio de 2010
"¿QUÉ ES LA HIERBA?"
"Vecinos: Bicicleta" (Mir, El Berrueco 2008)
YO TAMBIÉN
"Nos vamos a Tanger" (Tommy, Navidades 2008-09)
martes, 15 de junio de 2010
lunes, 14 de junio de 2010
PRAXIS Y TEORÍA
jueves, 27 de mayo de 2010
martes, 25 de mayo de 2010
lunes, 24 de mayo de 2010
LOS MALOS SUEÑOS
SILENCIO
martes, 18 de mayo de 2010
PROFUNDO
"Rosa de Cumpleaños" (Mir, Mayo 2010)
jueves, 13 de mayo de 2010
FECHA DE CADUCIDAD
"¿Margaritas?" (Mir, Pico de la Miel 2010)
Miré la fecha de caducidad del envase de plástico plateado. Cualquier otro hubiera pensado al instante en un astronauta diminuto flotando en las inmensidades ingrávidas de un microcosmos de palomitas de maíz sin hacer. Pero yo no. Confié mi suerte a los Rayos de Sol y abrí la llave del gas. Encendí un mechero y acerqué la llama a los pequeños conductos por los que se escapa siempre el gas haciendo ese típico sonido fugaz. Entonces, bien untada la sartén de mantequilla, la puse sobre el fuego y esparcí el contenido del envase dentro. La pepitas amarillas empezaron a esponjarse, convirtiéndose en pequeñas y carnosas flores blancas sin raíz. Me olvidé muy pronto de la fecha caducada del envase.
ICEBERG
Intentas, lo intentas... Ver también el lado bueno, la parte oculta del iceberg que yace sumergida en las profundidades del Océano Pacífico de tus mares. Siete noches y ocho días en los que tus manos no se han separado ni un momento de las mías. En este momento, soy yo la que piensa el trozo de iceberg hundido, que yace en el fondo submarino. Rimando dicen no, rima no. Y a mi no me importa si la realidad soporta o no la sumisión de mis pasos continuados y escondidos por el asfalto, la parte recóndita del mar vacío -apaciguado de furia, submarino- ¿Es paradójico, o no? Que los árboles pierdan sus hojas para dar frutos es bien sabido. Son distintos los momentos que ya se han ido. No a la lucha, ni a la guerra cuando pudimos dejarlo todo e irnos. Pero cuánto nos costaba decir hasta luego, tal vez mañana. Dejarlo morir.
EL VIENTO Y LA ARENA
Estábamos tumbados en la cama, como el viento y la arena; pensé el mar de una playa en la que nunca habíamos estado. Sentía el latido de pequeños corazones en el fondo del mar, peces de colores. Recordé el viaje en avión de Eduardo, sobre aquellas alas abiertas, susurrando un corazón para Silvia. Imaginé unos abetos en Otoños cercados -no se por qué- perdiendo el hilo de la conversación. Y sus manos eran como el viento, sobre mi piel de arena.
EL ESPEJO
Yo sabía que la estaba importunando de nuevo con el tema, pero tenía que hacerlo. Aquel sueño, se que prefieres olvidarlo. Continúe tan despacio como pude. Tú estabas en aquella tienda del centro comercial. Esperabas a que yo saliera de los probadores cuando, de pronto, entró aquella otra pareja y te saludó como si te conociera. Lo que quería preguntarte es lo siguiente: ¿de verdad sigues sin poder verles las caras?
martes, 4 de mayo de 2010
SALE EL SOL
Al revés (Enrique Vila-Matas, Babelia 17/04/10).
No es lo mismo estar solo que sentirse solo. Yo ya no me siento sola, y no es que antes lo estuviera "de verdad".
Pero ahora, cuando salgo a la calle y las ruedas de los coches vuelven a girar entre palabras amables de algún transeúnte, que se cruza casualmente en mi camino, vuelvo a sonreír.
Puedo hacerlo. Porque ya no duelen los gestos ni las miradas. Vuelvo a ser otra neurótica más en este mundo de neuróticos empecinados y empedernidos. Y lo que es más importante, por lo menos para mi: vuelvo a ser Yo.
Sonreír no duele. Ver, dejar que el mundo entre otra vez por la retina y el oído, no hace mal. Cualquier día, bajo a la calle y me encuentro con la gente, y los abrazos no son sólo una mirada, son sus voces. Charlamos.
Entonces, uno no puede dejar de pensar en esos otros amigos y amigas que no lo consiguieron. Uno se sabe al borde del abismo un día más, pero sabe que éste es otro abismo diferente y conocido, ese que nos giró un día sin quererlo y que terminó ante un abismo tan real como el de la propia muerte, la muerte de nuestra identidad. Es como perderlo todo, perderse a uno mismo.
Y un día despiertas de todo aquello y lo sabes. Eso te confunde, y vuelves a sentir miedo (porque el miedo, ese ambiguo enemigo, es libre). Ese miedo irracional que nos enfrenta y nos aleja temporalmente de lo temido. Y sabes que es verdad, porque ya ha pasado antes. Pero te extraña la certeza de la realidad, que se mezcla en oleadas de pesimismo con un pasado tan doloroso como el no vivir en uno mismo. Se parece demasiado, estar vivo se parece demasiado a la cara infructífera de su reverso.
Es difícil explicárselo a alguien que no lo ha vivido. Y sabemos que no es necesario que lo entiendan, ni pedir permiso. Pero uno se siente demasiado afortunado y agradecido con todos los que le ayudaron en ese camino, y se entristece a la vez, al saber de tantos otros que no lo han conseguido. Y cierta necesidad con nuestra propia historia, aflora. Para entender, para dejar atrás... Hace que te pongas a teclear las letras, también por avivar ese acercamiento indeciso.
Extraña no haberse dado cuenta antes de lo ajeno e incierto de nuestra existencia. Y suena un poco casi a moralina. Pero la imposibilidad que posibilita estar aquí, ahora, escribiendo esto, tiene algo de ajena y distante, bastante de hielo y frialdad.
Imposible culparse por estar vivo. Ya falta poco para que salga el sol que libere del yugo de la esclavitud a nuestra mente, pájaro-mente, imaginación que se agita en el interior dormido de un corazón.
miércoles, 28 de abril de 2010
LO QUE DEJAMOS ATRÁS, SEGUIRÁ CON NOSOTROS (TEXTOS ANACRÓNICOS)
DESGASTADO EL HOLOGRAMA
El amor es como un holograma. Depende de la perspectiva, encuentra los motivos en un lado u otro, nunca se unen los motivos, sólo lo hicieron una vez y fue para formar su propia imagen. O tal vez fuera para desaparecer después.
HOY
Todos los días pienso en ti, no hay un solo día en que no lo haga. Casi todos los momentos del día tienen algo que fácilmente te recuerda. He aprendido el significado de esperar; sin saber que sucederá mañana, vuelve a ser hoy.
Si lo pienso bien,
mañana
ayer
hoy,
solamente son
palabras que no tienen
ningún sentido
por sí mismas.
NO MÁS PAIN
No se si callar o seguir
no se si hablar o salir
si entrar salir abrir callar
No se si esta vez
llegas y te quedas
o si te vas
No se nada,
vuelvo a no saber
si llego me quedo o me voy
Pero oigo tus pasos
se acercan
tus pasos bajo mi ventana
bajo la lluvia
bajo el sol
entre calles y tranvías
entre vías
caminos que se encuentran
y después se marchan
para poder volver
No he sido yo
no has sido tú,
somos los dos
y todos los demás,
la ciudad también
Sabemos cómo termina esta historia
no puede terminar bien,
pero puede terminar
ADIOS
Me llaman, son ellos. Les oigo acercarse, cada vez están más cerca. No se cómo han podido enterarse esta vez, nadie lo sabía excepto él.
TU ROSTRO MAÑANA
No quiero convencerte de nada
tampoco prefiero que lo hagas tú
prefiero...
preferiría verte salir
entrar
salir
correr
callar
sonreír
no llorar
no llorar no llorar. Prohibido,
está prohibido ¿qué
se le va hacer?
SI no hace falta.
Si ya te has ido
cuéntame
¿qué es lo que ves
mañana?
viernes, 19 de marzo de 2010
LA ALFOMBRA ROJA
Es así como termina la tinta poniendo el grito en el cielo, y le hace pensar a una que no debería haberla dejado tanto tiempo sola, a su libre albedrío. Ni haberla utilizado como reducto de un descuido. O lo que es peor, por carencia de hormigón.
Es así como comencé a escribir este cuento. Un día, cierto jueves de mayo, llamé por teléfono a un "902" (sí, un momento que coja un bolígrafo...) Busqué rápidamente por encima de la mesa algo con lo que escribir la dirección. Abrí el primer cajón. Lo único que me podía servir de allí dentro, era un lapicero pequeño, con la punta desgastada. Lo cogí y escribí. Av. del Mediterraneo 107 1ºA. Metro Delicias. Pescanova, añadí. Copiar direcciones era bastante aburrido.
Después colgué el teléfono. Me di cuenta de que hacía mucho, muchísimo tiempo, desde la última vez que había usado un lápiz de esos. Quizás fuera el mismo lápiz. Así que le pregunté. Perdona, ¿has vuelto a saber algo del lápiz de color rojo? El HB 2 no contestó. Parecía aturdido por el esfuerzo que había realizado, esfuerzo que yo le había obligado a hacer.
Claro, estás cansado... Lo entiendo. Hace demasiado tiempo que estás ahí metido sin hacer ejercicio, ¿verdad? No te preocupes, aunque lo parezca, no me había olvidado de ti. El lapicero a rayas se quitó el polvo de encima con sus manitas y me miró. No se me ocurría nada más que contarle, pero quería animarle un poco, aunque sólo fuera por el favor que me había hecho, un momento antes, él a mi.
Saqué un folio del cajetín de la impresora y escribí lo primero que me vino a la imaginación. "La alfombra roja", fue lo que se me salió. A continuación, cité en voz alta los nombres de los actores y actrices que podía recordar: Carmen Maura, Ian Nelson, Jeremy Irons, John Malkovich, Katherine Z Jones... ¡¿Catherine Z Jones?! Maldito el momento en el que se me ocurrió un nombre tan estúpido. Siempre me pasaba lo mismo, cuando tenía que decir algo original, sólo me venían a la cabeza nombres absurdos. He de reconocer que este argumento me tranquilizó un poco, no demasiado, pero la verdad era que no me apetecía pensar. Pasé el lápiz por el papel y dibujé una alfombra. Empezaba a echar de menos el color rojo. Creo que incluso podría decirse que le estaba empezando a coger cariño.
El siguiente dibujo que hice recordaba bastante el de Alicia, cayendo por el interior del tronco de un árbol, en un túnel de asombro. Mis zapatos no eran de charol como los de Dorothy y mi vestido no tenía lunares de fiesta. Replicó la chica. Había, eso sí, una fila de girasoles a cada lado de la alfombra que acababa de dibujar. Los había tenido que plantar ella nada más ser dibujada y regarlos a escondidas mientras yo recogía la goma de borrar del suelo.
Las 2 filas de girasoles se multiplicaron por tres y fueron 6. Que se multiplicaron por seis y fueron 12. Que se multiplicaron por tres y fueron 36. Entonces sume los dos números y me salió 9. Me parecía bien. La pedí que los dejara de regar ya.
Después me comí unas pipas mientras pensaba hacia dónde quería seguir con el lápiz. Cuando las pipas llegaron a mi estómago, Miaulicia había pintado todos los girasoles de fucsia. Polaroid, la insulté. Pero no se dio por aludida.
Estaba perdiendo el tiempo allí sentada comiendo pipas de girasol. Se levantó y caminó despacio por la alfombra. Parecía que debajo estuviera el mar, pues se escuchaban las olas rompiendo contra ésta. No había mucho más que hacer por aquí además de caminar. Inquirió Miaulicia.
Volví a guardar el pequeño lápiz donde estaba y me di una ducha. Eran casi las cinco de la tarde y a las siete había quedado con una amiga. Hasta entonces estuve recogiendo la ropa que había tirada por la habitación y puse una lavadora. Me aburría como una ostra. Saqué los platos del lavavajillas y eché comida a las gatas. Me fumé un cigarro. Recordé una canción de Mecano. Escuché una versión de Amarillo. Me cambié de ropa y salí. Ya eran las seis y cuarto. Estaba anocheciendo.