viernes, 19 de marzo de 2010

LA ALFOMBRA ROJA

El rojo es un color que nunca me ha hecho demasiada gracia. Además de usarse hasta la saciedad como emblema libertario, ha servido siempre para subrayar. En el colegio, ya usábamos el boli rojo para destacar y el boli azul para escribir las palabras de los dictados y las cifras y los signos de los problemas. Sin embargo, yo, últimamente, nunca encuentro el bolígrafo que necesito y termino cogiendo el primero que tengo a mano, que resulta ser uno rojo (o verde, en el mejor de los casos). 

Es así como termina la tinta poniendo el grito en el cielo, y le hace pensar a una que no debería haberla dejado tanto tiempo sola, a su libre albedrío. Ni haberla utilizado como reducto de un descuido. O lo que es peor, por carencia de hormigón.
 
Es así como comencé a escribir este cuento. Un día, cierto jueves de mayo, llamé por teléfono a un "902" (sí, un momento que coja un bolígrafo...) Busqué rápidamente por encima de la mesa algo con lo que escribir la dirección. Abrí el primer cajón. Lo único que me podía servir de allí dentro, era un lapicero pequeño, con la punta desgastada. Lo cogí y escribí. Av. del Mediterraneo 107 1ºA. Metro Delicias. Pescanova, añadí. Copiar direcciones era bastante aburrido.
 
Después colgué el teléfono. Me di cuenta de que hacía mucho, muchísimo tiempo, desde la última vez que había usado un lápiz de esos. Quizás fuera el mismo lápiz. Así que le pregunté. Perdona, ¿has vuelto a saber algo del lápiz de color rojo? El HB 2 no contestó. Parecía aturdido por el esfuerzo que había realizado, esfuerzo que yo le había obligado a hacer.
 
Claro, estás cansado... Lo entiendo. Hace demasiado tiempo que estás ahí metido sin hacer ejercicio, ¿verdad? No te preocupes, aunque lo parezca, no me había olvidado de ti. El lapicero a rayas se quitó el polvo de encima con sus manitas y me miró. No se me ocurría nada más que contarle, pero quería animarle un poco, aunque sólo fuera por el favor que me había hecho, un momento antes, él a mi.

Saqué un folio del cajetín de la impresora y escribí lo primero que me vino a la imaginación. "La alfombra roja", fue lo que se me salió. A continuación, cité en voz alta los nombres de los actores y actrices que podía recordar: Carmen Maura, Ian Nelson, Jeremy Irons, John Malkovich, Katherine Z Jones... ¡¿Catherine Z Jones?! Maldito el momento en el que se me ocurrió un nombre tan estúpido. Siempre me pasaba lo mismo, cuando tenía que decir algo original, sólo me venían a la cabeza nombres absurdos. He de reconocer que este argumento me tranquilizó un poco, no demasiado, pero la verdad era que no me apetecía pensar. Pasé el lápiz por el papel y dibujé una alfombra. Empezaba a echar de menos el color rojo. Creo que incluso podría decirse que le estaba empezando a coger cariño.

El siguiente dibujo que hice recordaba bastante el de Alicia, cayendo por el interior del tronco de un árbol, en un túnel de asombro. Mis zapatos no eran de charol como los de Dorothy y mi vestido no tenía lunares de fiesta. Replicó la chica. Había, eso sí, una fila de girasoles a cada lado de la alfombra que acababa de dibujar. Los había tenido que plantar ella nada más ser dibujada y regarlos a escondidas mientras yo recogía la goma de borrar del suelo.

Las 2 filas de girasoles se multiplicaron por tres y fueron 6. Que se multiplicaron por seis y fueron 12. Que se multiplicaron por tres y fueron 36. Entonces sume los dos números y me salió 9. Me parecía bien. La pedí que los dejara de regar ya.

Después me comí unas pipas mientras pensaba hacia dónde quería seguir con el lápiz. Cuando las pipas llegaron a mi estómago, Miaulicia había pintado todos los girasoles de fucsia. Polaroid, la insulté. Pero no se dio por aludida. 

Estaba perdiendo el tiempo allí sentada comiendo pipas de girasol. Se levantó y caminó despacio por la alfombra. Parecía que debajo estuviera el mar, pues se escuchaban las olas rompiendo contra ésta. No había mucho más que hacer por aquí además de caminar. Inquirió Miaulicia. 

Volví a guardar el pequeño lápiz donde estaba y me di una ducha. Eran casi las cinco de la tarde y a las siete había quedado con una amiga. Hasta entonces estuve recogiendo la ropa que había tirada por la habitación y puse una lavadora. Me aburría como una ostra. Saqué los platos del lavavajillas y eché comida a las gatas. Me fumé un cigarro. Recordé una canción de Mecano. Escuché una versión de Amarillo. Me cambié de ropa y salí. Ya eran las seis y cuarto. Estaba anocheciendo.


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