Sabes que todo ha sido un sueño. Le dije. Tú y yo nunca hemos sido tú y yo. Ella se agarró la falda con ambas manos, subiéndosela un poco por encima de las rodillas, que quedaron al descubierto. Estábamos sentados en el parque y era verano. Su falda blanca tenía dibujadas finas rayas rosas y me miró con desprecio, como quien dice: déjalo ya, o bien, tengamos la fiesta en paz.
Yo sabía que la estaba importunando de nuevo con el tema, pero tenía que hacerlo. Aquel sueño, se que prefieres olvidarlo. Continúe tan despacio como pude. Tú estabas en aquella tienda del centro comercial. Esperabas a que yo saliera de los probadores cuando, de pronto, entró aquella otra pareja y te saludó como si te conociera. Lo que quería preguntarte es lo siguiente: ¿de verdad sigues sin poder verles las caras?
Con la mirada perdida intentó recordar. Nos levantamos del banco y caminamos en dirección al establecimiento más cercano. Esperó hasta entonces para hablar. También recuerdo el espejo situado detrás de los bancos de madera, donde yo estaba sentada esperando a que salieras. Dijo. En aquel espejo, ni tú ni yo aparecíamos reflejados. ¿Crees que eso importa tanto?
En un principio quise creer que sólo se debía a que era yo quien lo estaba soñando, y por lo tanto, no hacía falta nuestro reflejo, porque de alguna forma era algo intrínseco al propio sueño. Más tarde, guardé el secreto que me pareció imaginar en aquel hecho.
Quizás hubiese imaginado la tienda también. Y de este modo, ni tú ni yo, habríamos existido jamás en aquel sueño, por eso tampoco teníamos reflejo; que es lo mismo que acabas de decirme tú. Por lo tanto, no era necesario, te lo podías haber ahorrado. Así que te esperaré aquí sentada mientras terminas de probarte el resto de la ropa que queda.
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