"Entre las hojas veo un río" (Mir, Okina 2009)
No podréis escapar, somos menos pero vamos armados hasta los dientes por todo aquello que nos esconde y nos nombra, aquello que vosotros no podéis tener en vuestro saber.
Nuestras lanzas, vuestros escudos; vuestros escudos forjaron las herraduras de nuestros caballos.
Llevamos mucho tiempo esperando este momento, tanto como hacéis llamar Eternidad.
Estuvimos junto a los faraones del Antiguo Egipto, junto a Caín y Abel; la Antigua Grecia abrió las puertas de su Oráculo y nos instalamos allí por algún tiempo para ser aquello que no podíais nombrar y aquello que no sabíais todavía ser.
Vuestros párpados comenzaron a cerrarse entonces hasta formar parte de vuestro inefable sueño.
Fue el principio de un largo Olvido el olvido del nombre con el que os llamaban: "hombres", un penúltimo suspiro y de la mano de éste, llegó el olvido del nombre de vuestras mujeres y del nombre de vuestros hijos. Después dejaron de tener nombre los ríos y los bosques; el agua de vuestros océanos se hizo mar de nuestros mares, afluente de nuestros ríos. Pueblos y ciudades enteras terminaron por extinguirse en la noche de nuestro tiempo que fue luna de otra, vuestra, oscuridad.
Creísteis que os habíais vuelto ciegos.
En el hondo fondo de vuestro pensamiento, comenzasteis a hablar con vosotros mismos hasta hallar: algo hecho para ser nombrado con los ojos de vuestro corazón.
Así fue como aprendisteis a recitar el nombre de nuestros hijos, pero no pudo ser ... Habiendo como habíais olvidado tantos otros que fueron vuestros nombres en otro tiempo.
La Luna, que aún velaba por vosotros, empezaba a inquietarse, y una lágrima bajó del cielo de su rostro para ser luz de vuestros ojos cerrados en vuestro pequeño eterno sueño.
El pelo se os hizo maraña y de la maraña voló un Dulce Pájaro; recobrasteis la voz, dijisteis: Ave Fénix; y con breve aliento dotasteis de viento sus alas, dibujasteis con trazos cortos las plumas de sus alas de un azul tan intenso.
El bello pájaro emitió un graznido y voló, voló tan lejos y tan alto que alcanzó las estrellas y llegó hasta constelaciones que aún no habían sido encontradas siguiendo el curso de la Vía Láctea.
Cansado de volar, regresó a la Tierra, y supo que era suya y supo que él también le pertenecía a ella.
Esos ojos con los que había visto las estrellas en lo alto, reconocieron la voz que diera el primer aliento a sus alas y acercándose hasta el lugar de donde provenía con firmes y elásticas patas, le mostró al hombre la estela aérea de su camino.
El hombre supo que eran sus propias huellas inefables, las huellas inefables de su propio olvido.
2 comentarios:
Wow!!!!! EXCELSO no puedo decir nada más... bueno sí:
FELICIDADES!
gracias Wrutuu,
qué pena no tener un diccionario a mano ...
;)
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