Gato ha estado jugando en el estudio y ha esparcido la arena roja que trajimos del desierto en una botellita de plástico de agua mineral, ¿lo recuerdas? Las finísimas huellas de las finísimas uñas que la recorrieron un momento antes, han creado sobre la arena un paisaje de aleatoria belleza, y yo, al mirarlo, recuerdo Wadi Rum, aquella noche que pasamos allí y tú pensando en Siberia -destierro metafísico al que podríamos haber sido forzados en un principio incluso antes de llegar-.
Dijiste:
Wadi-Rum y nosotros aquí parecemos Siberia. Estamos bien después de todo, ¿verdad? Yo ya me he acostumbrado, le estoy cogiendo aprecio a todo esto.
Yo no tuve tiempo de acostumbrarme. Los grilletes de las cadenas que salían de cada duna que pisabas para aferrarse a ti, cada vez se parecían menos a lo que yo sabía de Siberia, esa patria que no perdías oportunidad en volverme a describir y que, según tú, había sido forjada con la escarcha de las heladas en otros amaneceres más fríos. En tus ojos, la vida volvía a cubrirse de un manto rojo y todo volvía para permanecer sólo en el gris de tu mirada.
El Gato jugaba y tú dormías. Nada resultó parecerse a Siberia.
Fui hasta el armario, busqué entre las cajitas que guardaba llenas de pequeños recuerdos, reconfortantes aunque inservibles. Después de mucho mirar, encontré una moneda italiana con el dibujo de L.d.V. circunscrito en ella. Sentí que el tiempo se me venía encima y todo el cuarto se llenó de un dulce aroma amargo que no podría decir con qué se correspondía en la realidad. Pero desde hace un tiempo, siempre que pienso en Italia y pienso en Venecia, todo lo que significaron esos días se tiñe del mismo aroma.
El eco de una carcajada tuya en mi interior interrumpe los recuerdos y así, envuelta en su propio sonido, no consigue volver a abrir nada. En ese mismo instante, la que sí se abre es la puerta y tú entras, trayendo contigo el olor de la calle, me acerco a ti. Te voy desabrochando uno a uno los botones de tu grueso abrigo de pana y es imposible que sepas lo que estoy pensando.
Más allá de la búsqueda de cualquier argumento racional, un velo invisible se cierne sobre la sombra de tus pasos y yo sí que se lo que estoy pensando. Caminas por el pasillo hacia la habitación y te sientas en la cama para quitarte los zapatos, igual de esclavo que cualquier otro esclavo de sus zapatos desabrochas los cordones. Primero uno, luego el otro. Puede que después de todo no fallaras tanto el nombre.
Se nos ha hecho un poco tarde para salir, levantas la cabeza y me miras. Todos tus secretos recovecos dejan que me vaya mientras te vacías los bolsillos y dejas todo lo que llevabas dentro sobre la mesa. Entonces, te das cuenta de que Gato ha esparcido la arena de Wadi-Rum.
- Gato ha estado jugando con la arena del desierto -, comentas.
No te respondo porque estoy pensado en Siberia.
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