martes, 29 de junio de 2010

SOUL KITCHEN AND THE PINKER TONES

Un CD de este grupo cayó en mis manos de forma inusual, Fausta se lo había dado a Pilar porque ella no tiene reproductor, y Pilar, guardando las formas en consonancia a su edad, lo dejó encima del equipo de música hasta que llegara alguien de la familia a quien le pudiera gustar. Qué gracia me hizo ver entre sus manos la portada del disco: MODULAR, de The Pinker Tones. Ese blanco, rojo y negro que, poco después sonaba en el coche y me hizo gritar: ¡VIVA FAUSTA! ¡Vivan The Pinker Tones! Me pregunto como llegó a manos este cd, y la simple idea me encanta. Esos movimientos azarosos del día a día en una sociedad cada vez más heterogénea y menos compacta. Insisto, me encanta.



Quizás no tanto como Soul Kitchen, el estreno de Fatih Akin, una comedia que te deja como despedida una sonrisa en los labios, ¿qué más se puede pedir? La música, como se indica ya en el título, juega un papel fundamental en la película y en la vida del restaurante donde conviven personajes tan vario pintos como un chef de alta cocina, una camarera artista, un expresidiario, hermano de Ciros -el protagonista y dueño del "antro de clase media", que se la juega, como todos, a cara o cruz con las decisiones en un día a día tan imprevisible como cotidiano-, un excompañero de colegio convertido en agente inmoviliario, Nadine, la novia de Ciros, que no tiene muchos problemas económicos, ya que pertenece a la clase alta, y que quiere ser reportera, motivo suficiente para embarcarse en un avión a China y dejar a Ciros abandonado ... A su suerte, la del local que regenta.

Un elenco de personajes de lo más cómico e "inusualmente unidos". El director Fatih Akin, alemán de origen turco, ha elegido a un grupo de personajes socialmente desarraigados, inmigrantes, cuyas vivan se cruzan a ritmo de soul, alrededor del alma de la cocina de Ciros, también alemán, pero de origen griego.

Muchas escenas están rodadas al más puro estilo ninja: la cámara se aleja o se acerca de pronto cuando la guitarra suena o va a suceder cualquier cosa que merece ser enfocada desde un punto de vista muy especial; como cuando el Chef convierte varitas de merluza en un exquisito plato de 48 dólares, o clava, al más puro estilo Indiana Jones, un cuchillo en la pared... Utensilios que en manos de estos personajes cobran el poder de la espada en manos de El Zorro. Mientras, el velo de lo cotidiano se abre para mostrar un divertido y azaroso devenir interno, que aunque puede llegar a ser tan duro como una "hernia discal", también es asombrosamente tierno y cómico. UNA MARAVILLA QUE NO PODEMOS DEJAR DE DISFRUTAR MIENTRAS TENGAMOS LA MÁS MÍNIMA OPORTUNIDAD.


jueves, 24 de junio de 2010

DEPARTURES 2: LA PIEL DEL REPTIL


"Texturas 1: Parasol" (Mir, Rascafría Junio 2010)

Eché un vistazo al correo y no tenía noticias de nadie todavía. Husmeé algunas páginas de alojamiento en pisos compartidos. Cerré internet y salí de la pensión.

El tiempo había mejorado notablemente y decidí ir dando un paseo hasta el New Globe Theatre. Con la excusa de ver la recomposición del escenario isabelino, caminé sorteando las imágenes de aristócratas, ladronzuelos y soldados, estudiantes universitarios, marineros... que se mezclaban entre el gentío de la ciudad. Levanté la mirada hacia el sol radiante que robaba un pedazo de azul al cielo, y me despisté callejeando por los alrededores de Oxford Street. Estaba mirando el escaparate de una de las tiendas de ropa, cuando me sorprendió, reflejada junto a mi, la imagen de un vagabundo. Me giré hacia él, que me pidió un cigarro en un inglés correctísimo. Era la primera persona, después de la recepcionista de la pensión, con la que hablaba en inglés.

Le expliqué como pude que había dejado de fumar meses atrás, contestándome entre barbas sin afeitar y dientes sucios, que él, por el contrario, había empezado a fumar "since I am a tramp. Two months ago". Su respuesta me dejó confundida: se dirigía a mi con una familiaridad asombrosa, como si me conociera de toda la vida.

Quizás por eso me aventuré a preguntarle por los motivos. Se pasó la mano por encima de la barba dudando si responder a mi pregunta, pero cuando se alejó de su rostro el gesto meditabundo, supe que iba a contármelo. Earl, pues así se llamaba el vagabundo, había sido un hombre casado. Su mujer, Irene (de quien no quiso darme más detalles), le había dejado por un "colleague" llamado Antoine, después de denunciarle por malos tratos. Earl no pudo hacer nada para demostrar la falsedad de tal acusación, y el juez le declaró culpable. Con esta estratagema, Irene se quedó con la casa y se vio avocado a la mendicidad. Desde entonces, había buscado refugio en los bancos de Victoria Embankment, donde dormía, y de vez en cuando paseaba las calles centrales pidiendo limosna.

Una historia increible. En un primer momento, dudé de su veracidad por el carácter retorcido y triangular del relato, pero la sinceridad de su mirada y la cercanía de sus palabras, hicieron que finalmente, confiara en él. Además, por algún motivo que desconocía hasta entonces, me sentía identificada con el abandono que dejaban traslucir su pelo grasiento y sus ropas deshilachadas. Quizás por eso, le expliqué que últimamente yo también andaba un poco desorientada. Mi primera experiencia laboral había resultado un completo desastre. Había administrado un medicamento contraindicado a uno de mis pacientes y el director del hospital se había visto obligado a despedirme. Aunque el paciente se había recuperado enseguida, desde entonces me sentía "como una brizna de paja seca que arrastra el río cuesta abajo, en dirección al mar."

No dejé que Earl entendiera esto último, pero había escuchado lo suficiente como para saber que me sentía demasiado culpable. Fue un accidente -me contestó. No deberías pensar que tu vida se ha ido al traste por algo así, son cosas que pasan. Además, no debió de ser un error tan grave si se solucionó tan rápido. Podría haber sido mucho peor para el enfermo. Al fin y al cabo, no le pasó nada.

Desde luego, podía haber sido mucho peor. Eso me lo dije a mi misma, tantas veces como pude, los días posteriores a la expulsión. Pero sería muy difícil que me volvieran a admitir en cualquier otro hospital, mi carrera había fracasado casi antes de empezar. Si bien mi error no había tenido graves consecuencias para el paciente, pues el problema se había resuelto con rapidez, como había dicho Earl, me había costado un expediente.

Eché un vistazo alrededor con cierta aprensión y me tranquilicé al comprobar que la gente proseguía su paso sin percatarse de nuestra conversación. Reparé también en todas esas pequeñas tiendas de discos de segunda mano que había olvidado y que seguían en Berwick Street. Recordé, como al entrar en ellas uno pierde la noción del tiempo, buceando durante horas entre viejos vinilos desordenados, hasta que sucede la maravilla y encuentras un single inédito de David Bowie o un original intacto de los Smiths. Earl se había alejado de mi unos pasos y encendía un cigarrillo. Pensé que debía de ser duro volver a ser fumador cuando no se tiene "ni pá tabaco".

Fue entonces cuando me invadió una sensación de soledad extrema e injustificada. Comparada con Earl, yo era una afortunada. Mi mala suerte se volvía insignificante y más pegajosa que su andrajoso aspecto. Estúpida... Me sentí estúpida por haber puesto mi despido al mismo nivel que su verdadero desamparo, y arranqué un trozo de papel de mi libreta. Apunté mi nombre y número de teléfono y la dirección de la pensión en la que me hospedaba, allí podríamos seguir hablando más tranquilos, quería conocer todos los detalles de su historia. Quería conocer a Earl, en quien la aparente decadencia dejaba al trasluz, la cara de un hombre afable.

La corriente sanguínea de la ciudad, todo un entramado de circulación de vidas y arterias de metal, nos había puesto en su lugar. No sabía si podría ayudar a Earl, no sabía si podría ayudarme a mi misma, pero fue Crátilo y no Heráclito, quien enmudeció finalmente. Desde que mi padre había muerto, hacía ya once meses, me había estado dejando llevar por un conocido cotidiano que se representaba así mismo caduco. Por otro lado, admiraba la entereza con la que Earl, que lo había perdido todo, se había acercado hasta mi, hacia el otro. De pronto, sin previo aviso, un escalofrío punzante recorrió todo mi cuerpo. Si lo piensas -recapacité, once meses es muy poco tiempo en toda una vida. Y sin mediar palabra, me despedí de Earl con un movimiento de manos.

Confiaba en que se daría una vuelta por la pensión. Mientras me alejaba, volví la vista atrás, y Earl no tenía nada más que perder, pero ya no estaba. Y yo, tengo menos que perder de lo que tuve ayer -pensé. Proseguí mi camino hacia el New Globe.

martes, 22 de junio de 2010

DEPARTURES 1


"A1: Tendido eléctrico" (Mir, Junio 2010)

El avión despegó en el mismo instante en que mi vecino de asiento se abrochaba el cinturón de seguridad. Llegó tarde, fue el último pasajero en embarcar. Tenía los ojos claros como el agua marina en un día de tormenta y la piel morena, curtida por un sol vehemente. Después, miró por la ventanilla. Los campos parecían florecer en una expresión monótona y aburrida de sembrados raquíticos, un paisaje demasiado pobre para una despedida.

Yo sólo pensaba en la llegada, en el momento en el que, habiendo recogido ya la maleta, la subiría al carrito y buscaría la parada de autobús que me reuniría con mi prima, que había llegado a Londres dos días antes. Parecía que ese momento nunca llegaría, como la despedida que debía preceder a la partida mientras estaba en tierra firme. Sin embargo y finalmente, no se había hecho esperar tanto: una nota de despedida y un "disfruta de tu viaje, y no olvides que tarde o temprano todo llega. No le des vueltas a lo que dejas atrás, porque aunque tengas que volver más pronto de lo que esperas, en cualquier caso, llegarás. Eso sucederá y debes de estar preparada, tenlo claro."

Claro, eso era lo que yo quería, la certeza de que no iba a pensar en mi regreso durante una larga estancia. Lo suficiente para aclarar mis ideas.

Como una Reina de las Nieves, la bóveda celeste se teñía de un blanco semejante al de un folio vacío y por un instante, sentí el vértigo crecer en mis tripas. Lloré amargamente, como quien no sabe por qué ha de suceder así, incluso cuando ha sido él mismo quien ha tomado la decisión. Como si dando la espalda al azar, a la vez supiera, que enterrándolo en en el fondo del armario, no se iría a ninguna otra parte, como quien renuncia a creer en Dios después de un duro golpe, habiendo sido siempre un creyente fervoroso; en el fondo, yo lo sabía, cierto día volvería a creer en la creación. Pero por el momento, un descuido, un pequeño desliz, y todo se desmoronaría cual rocas desprendidas caen por el acantilado con un soplo de viento feroz.

Había entrelazado los dedos de las manos que ahora formaban un todo compacto, como un puzzle, y en ese momento me parecía una expresión falsa que sólo ocultaba melancolía. Quizás era normal, después de todo, el sentimiento de culpabilidad que me acompañaba. Sabía que estaba huyendo y que quien huye, puede resultar malherido. Pero sobre todo, me sentía aturdida por la inseguridad de la decisión, precipitada y huidiza. También era cierto que durante meses de estancia, no había encontrado ninguna otra alternativa mejor. Por eso volaba.

La música también nos aleja, es un medio de transporte mágico, en lo que se tarda en encender el equipo, ya has viajado a un lugar lejano, impropio, curtido por los sentimientos y las emociones de las personas que han creado una canción. Mi compañero de asiento escuchaba David Byrne. Era fácil de adivinar, pues cuando se quitara los auriculares, todos los sonidos propios del avión enmudecerían, como cuando se sale de la discoteca y se tiene la sensación de ser un pez en la pecera. Acuático, fluvial mientras tanto, discurría el transcurso del viaje.

Volábamos sobre el Cantábrico y decíamos adiós en silencio a las costas de la península. Caí en la cuenta de que sin querer, había incluido fácilmente a todos los pasajeros en mi monólogo interior. Me pregunté por qué sería y llegué a la conclusión de que durante algún tiempo, todo de lo que me había despedido con anterioridad, fácilmente me acompañaría. Pensé que no debía renunciar a esto, que sería mejor aceptarlo con naturalidad. Pero mi cuerpo entero se resistía con la furia contenida de un volcán.

Fue un vuelo corto. Al llegar, telefoneé a Bea. Se la escuchaba contenta, revitalizada, con fuerza suficiente para afrontar todo lo que había ido a hacer allí (aquí): ya estaba en Londres ¿Y ahora qué? Me subí al autobús dirección Picadilly Circus. Bea se alojaba en el extra radio, pero yo había preferido reservar cama en una pensión céntrica los primero días, para poder visitarlo todo con mayor facilidad. Posiblemente, después, me iría a vivir con ella. Por lo menos, eso era lo que habíamos hablado en los preparativos. Sin embargo, tenía que reconocer, aunque por el momento sólo fuera a mí misma, que ya no estaba segura de seguir queriendo eso, unas simples vacaciones de inglés. Para ser del todo sincera, en aquel momento, ni si quiera estaba segura de querer quedarme en Londres.

Las nubes grises presagiaban una bienvenida very british, pasada por agua, y yo empezaba a añorar el calor veraniego y el gentío despreocupado de Granada. Si me paraba a pensarlo un poco, no sabía a qué iba a dedicar mi tiempo los próximos meses además de a mejorar mi inglés. Me resistía a creer que eso era todo, tan simple y llano como un curso intensivo de inglés en la capital británica. Necesitaba algo más, algo que consiguiera remover las baldosas y el cemento, un poco de aire fresco. Me di cuenta de que lo que me estaba explicando a mi misma, se podía resumir muy bien en una sola palabra: reto. Cualquier reto, precisamente, era lo que había estado intentado evitar toda mi vida y ahora, tenía uno delante de mis ojos. Aquella ciudad, sus edificios desconocidos, sus parques, sus avenidas, toda su historia y sus museos, lo estaban ofreciendo. No podía, ni debía renunciar también esta vez, o pronto me arrepentiría. Por fin estaba preparada para correr riesgos.

lunes, 21 de junio de 2010


"Los gatos persiguen sombras" (Mir, Junio 2010)

viernes, 18 de junio de 2010

"¿QUÉ ES LA HIERBA?"


"Vecinos: Bicicleta" (Mir, El Berrueco 2008)

¿Qué se me habrá perdido a mi para estar aquí? Me preguntaba mientras daba una calada o dos al cigarro. Hay algo que siempre me acompaña, que nunca me deja... pero, ¿qué es? No lo sé.

Creo que tiene que ver con mi hermana, a ella le van las cosas bien. Pero a ella no la rechazaban en el colegio como a mi, porque ella es la fuerte de las dos. Estamos bien juntas, ¿verdad? Estamos bien cuando ella no se marcha y me deja.

¿Por qué será que siempre se marcha? Encerrada en esta habitación, que es grande y que tiene una terraza que no uso. Iré a verla este verano, cuando sea el concierto de Björk iré a su casa y la diré que "la quiero", que hace que mi vida brille más. Como en el concierto brillan los focos de luces de colores sobre el escenario.

Últimamente ando peor, es como si tuviera uno chinarro metido en el zapato, pero como a menudo me descalzo, sobre todo cuando voy a ver a Isa, se me vuelve a salir. Y es peor de lo que la gente puede llegar a creer no saber si tienes o no metida una china en el zapato.

Cuando Raquel aceptó ser mi amiga, cuando por fin pudo comprobar que no me conocía tanto como ella había llegado a creer, todos los demás también me aceptaron, ¡oh, Capitán! ¡Mi capitán! Nada es por sí mismo, si no en tanto es escuchado por alguien que le da la vida. Y yo vuelvo a no saber que hago aquí.

La dibujé pero ella nunca vio nuestro dibujo (las dos caras de la misma moneda) porque no vino a casa -y eso que me fui a vivir a Madrid-, mi amiga.

Hacer mi vida, eso dice mi psiquiatra que hago aquí. No me convence nada este tipo con sus rollos freudianos y su barba de tres días. Un día le sentaré en el diván yo a él. Un día, cuando Raquel me coja el teléfono y volvamos a ser amigas.

Sé que ella lo pasa peor que yo cuando hablamos. Eso es lo que me dice mi hermana, pero no la consigo ni olvidar.

Ahora, aquí sentada en el sillón del salón, no me siento del todo mal. Es como si empezara a comprender realmente que no debo llamarla más. Tengo que dejar de agobiarla.

Hoy vino a verme un amigo, pero he sido demasiado impulsiva al pedirle que se quedara a dormir en casa, pero es que estaba especialmente atractivo. Cuando nos hemos despedido le he intentado besar y él lo ha rechazado. Aunque no le ha sentado mal, me ha dicho que los fantasmas son peor que los enemigos. Eso ha dicho él pero yo no entiendo que ha querido decir con eso.

Viernes. Me he levantado más tarde de lo habitual. Anoche no podía dormir y no dejé de darle vueltas a la idea del bien y el mal. La síntesis que debería surgir tras la confrontación no ha llegado esta vez. Sólo siento cansancio y aburrimiento. Más de lo normal. Soñé con una escalera: con el peldaño que no llegué a subir. Ni uno más. Como si dijera: aquí me quedo. Como en aquellas películas que le gustaban a ella... volver no ha sido lo peor. Lo peor es la espera.

Alguien llama, será el cartero. Por fin me traen las piezas que necesito para arreglar el ordenador. Quizás así también pueda arreglar mi cabeza. Hoy me duele mucho.

No contaré porqué pero mi hermana ha vuelto y está viviendo con nosotras. Ayuda a mamá en la tienda. No nos viene nada mal un poco de ayuda. Las dos solas nos arreglábamos. Pero me gusta volver a estar con Rebeca.

Ya no es como antes: por un tiempo, estamos juntas otra vez. Y eso está bien.

Suena el teléfono ¡Es Raquel! Me tiemblan las manos al intentar descolgar y cuelgo sin querer. Entonces, en un lapsus de tiempo que abarca la mitad de mi vida, vuelvo a dejar el móvil donde estaba. Mi hermana me pregunta: "¿quién era?" Yo le contesto que no lo se: "se han debido equivocar." Y no me pesa, ya no me pesa.


YO TAMBIÉN


"Nos vamos a Tanger" (Tommy, Navidades 2008-09)

Íbamos montados en un tren. Era un vagón de metro. Nos dirigíamos hacia el sur, a un barrio obrero. De repente, recordaba mientras surcábamos el túnel que justo antes de subirnos, busqué el rostro del conductor, pero el reflejo de las luces artificiales del subterráneo, sólo dejaron intuir los rasgos de un hombre de pelo largo, lo llevaba recogido con coleta, y de mediana edad.

El ruido ensordecedor de los railes chocando contra el eco devuelto por las angostas paredes, rebotaba en mi cuerpo, justo después de saltar levemente sobre el asiento. Unos frente a los otros, de cinco en cinco o de tres en tres; parecía que el ruido ensordecedor silenciara cualquier encuentro dentro: la mera forma de desplazarnos convertida en señal de "está usted en el metro de Madrid informa... que con motivo de las obras... En ese preciso instante dejé de escuchar la voz enlatada de los altavoces, tan pequeños sus agujeros como su capacidad de acción, y apreté el botón de los auriculares, sonaban The Doors - The soft parade has now begun, listen the engines hum!-. Imaginé los engranajes de una maquinaria y la llegada indeterminada de los circenses juegos de un grandullón forzudo y un menudo saltimbanqui malavarista -la ilustración de la portada, supongo-. A veces omito la información superflua, que a mi me sobra, pero quizás por eso, no se entiende.

Íbamos montados en un tren. De repente, paró en seco y nos anunciaron por los altavoces: Desalojen este tren; Fín del trayecto.

Las puertas se abrieron y no sabíamos dónde estábamos ni hacia dónde daban. Pero había que salir del vagón y el conductor se reía con cierto aire de familia Whitman. Nos anunciaba que él, no sabía hacia dónde nos llevaba. Era como un Dios de esos que dibujó y pintó y esculpió Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, y yo pensé: He de creer en sus palabras. Y bajé del vagón de metro.


Escritor de Libros de Bolsillo- The Beatles

martes, 15 de junio de 2010

CAN WE WORK IT OUT?

Yo es que creo en una especie de justicia poética, que a todo "cerdo" le llega su San Martín...
¿Y tú me lo preguntas? Te contesto mientras clavo mi pupila en tu pupila marrón ;)

lunes, 14 de junio de 2010

PRAXIS Y TEORÍA

"Alcobendas" (Mir, 2006) versus "Buscando la postura" (Maite Camacho)

Como todo lo que cabe en un latido, el mundo entero se agolpa, "como-como empujones" y no sé si entonces voy dos pasos más atrás intentando hacerlo, darlo, hoy no ha podido ser: ha sido voy dos pasos por delante, ansiedad.

Todo este tiempo, ahora me doy cuenta, intentaba hablar de "nada" y "nada significa nada". Porque había dos fantasmas, uno: el mío propio, que intentaba apresar el otro, el que siempre se nota detrás, pegado a la espalda, y cuando te das la vuelta ya no está, no hay Nada.

Hablar de nada también es dejar de hablar con los tuyos, en nuestro idioma: es irse lejos y no volver a decir Hola, qué tal estás, porque te has buscado el adalid de un país vecino como excusa, como tristeza, cómo como melancolía, con las tripas negras.

Si dos días atrás o tres, me hubieran dicho: la vida entera, la vida duele, no lo habría creído, es más, quizás haciendo esta rima, me habría reído. Pero la diferencia, y ahí está la diferencia, es que me lo vuelvo a creer y me río más de verdad.

Ahora se porqué no había nada que decir, ni llamada que hacer, ni antagonismo, si no la negación misma de mi propio ser.

miércoles, 2 de junio de 2010



¿QUÉ CULPA TIENEN ELLOS SI NO SE PARECEN A TI?