lunes, 15 de marzo de 2010

ADA

Ada, soy tan pequeña como tú, que me recuerdas tanto al pequeño Gabot. Él, que nació entre la mirada de un gato que se subía a los armarios y un botón que había guardado allí en un cajón. De la mirada del gato al botón, del botón al gato. Como el Genio de Aladino pero de la nada se descubrió saliendo el pequeño Gabot, igual que Ada los dos nacieron en un suspiro de vapor: Puf! Y apareció.

Ada susurra besos al oído cuando se va y deja la puerta siempre abierta para que los demás, si es que acaso no lo hubieran creído y pensaran que había sido un sueño, estén seguros de ello y no la vayan a buscar. 

Ahora, todos los juguetes se han quedado desparramados por el salón y Ada vuelve cuando todos duermen. Antes de que se despierten, ella se habrá ido -quizás un ínfimo detalle, un cambio casi imperceptible en alguno de los juegos antes de ser recogidos, me revele una partitura diferente, en la que una nota baila un poco más abajo, algo más arriba del pentagrama y me diga, como tus besos susurros al oído: Ada estuvo aquí.

Ada, me dijiste que viviste un tiempo en el desierto, entre las dunas que separan en un campo virtual el Sáhara de Marruecos. Rápidamente cambiaste de tema y añadiste que viviste también en muchos otros lugares, y cuando te pregunté qué dirías que te había gustado más de "allí", miraste al cielo con unos ojos fijos en las estrellas. Como si el tiempo se detuviera en cada una de las huellas del camino, como si de ser así hubieras tomado tantas fotografías como puestas de sol, sentí en el corazón el roce de un velo transparente y muy fino: 

Nunca nada vuelve para ser igual. Ahora tú me recuerdas y sabes que salí de los matorrales aquel atardecer porque te vi llegar. Ahora sabes que fui yo quien salió entonces a tu encuentro en el bosque del Fin del Mundo.

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