Sin Título, Txema
Llegaron en un coche gris. Peinaron la zona en busca de alguna prueba. La pista de unas colillas en el suelo les condujo hasta la entrada de un pasadizo subterráneo que terminaba en una habitación.
Estaban allí, dormían. Hubo que despertarlos pues no reaccionaban con nuestra presencia, llevaban mucho tiempo en la misma posición y no querían salir. Días atrás habían centrado todos sus esfuerzos en la incierta esperanza de conseguir huir, sabíamos que lo habían intentado hasta que lo único que pudieron hacer fue seguir descendiendo por la gruta.
Había hojas de periódicos viejos esparcidas por toda la estancia.
- Sigan la fecha amarilla, por favor ...-. La lluvia precedía sus pasos hacia el exterior y, pronto, el sonido de los coches, el aire nocturno, el paisaje todo rodeado por una niebla insoportable que oculta cualquier posibilidad de comprensión. No conseguían recordar dónde estaban, cómo habían llegado a esa ciudad ni porqué estaban allí.
La vida que transcurría ante sus ojos marchaba en sentido opuesto, como las imágenes de una película rebobinando en busca de la memoria conocida, un principio. Cuando llegan a ese punto el obturador se abre, la luz que penetra es cegadora y quema el negativo, la fotografía se vela.
Sin Título, Txema
Unos pasos se acercan, eres tú. Estás despierto, pero tienes las manos llenas de sangre, dices que ha sido el coyote, que temblaba y temblaba y reía, que todo lo que ha pasado ha sido un sueño, que yo lo soñaba antes de que llegaras a la habitación donde duermo y abrieras la puerta.
- Ahora todo descansa allí afuera-. Señalas por la ventana hacia la calle, se ve la catedral, pero noto que todo es distinto. Algo ha debido cambiar mientras te esperaba, tú ya no eres el mismo. Miro lo que hay detrás de ti pero solo consigo distinguir una negrura espesa, no hay nada más.
-¿Qué haces ahí parada? ¿Es que no vas a cruzar?-. Acompaña su increpante pregunta con unos ojos fijos que intentan sacarme del estado de sopor en el que me encuentro, pero no debe de preocuparle demasiado, se marcha dejando una nube de polvo tras de sí .
Entonces me doy cuenta de que estoy en mitad de la carretera, me pesan los párpados. Distingo las aspas gigantes de unos molinos de energía eólica y un cielo rosa y azul que lo engulle todo -esa hora mágica en la que se paran los relojes, cuando la ficción se desempolva el tiempo de encima y la vida queda suspendida entre el principio de la noche y el final de la luz del día -. Acerco la mano hasta la frente, un pequeño abultamiento surge en su zona izquierda, he debido de golpearme. Salgo del asfalto y me siento a descansar. Sigo en el mismo sitio durante un buen rato, tengo la mente en blanco.