martes, 10 de febrero de 2009

TE LO VOY A CONTAR



Tomaría tantos apuntes que ni el mismísimo gobernador podría creerlo. Así fue como dio inicio a su presentación. Éramos muchos más en aquel antro, y añadió: pero no será necesario. Me llamo Marcos, soy de Alcorcón y puestos a contarles, les diré también que tengo dieciocho años y que no voy a caerles bien. Sólo hay dos cosas que entiendo menos que al género humano, una es mi padre y la otra acabo de olvidarlo. Desabrochó los botones de su chaqueta beige y el silencio pesó más sobre nosotros que toda esa mugre acumulada debajo de las alfombras del habitáculo. Luego de levantar la cabeza como para mirar, se acomodó contra el respaldo.
La rubia teñida que presidía el comité de desahuciados sonrió ampliamente. Bueno, Marcos, ha sido una presentación imponente, quise imaginarla, pero se limitó a darle la bienvenida y a pasar al siguiente. Lo que quedaba de entrevista auguraba para él un mal trago, lo que no sabía era que la vida le tenía aún reservados tantos más momentos de tristeza y alegría, no fue despedido esa mañana. Tampoco hubieron más dudas ni preguntas después de las mías y alguna otra de una mujer ansiosa por salir en la foto, era mayor y se le notaba el cansancio.
Fuimos encomiados con jolgorio suficiente a practicar el guión en casa con quien fuera que tuviéramos al lado, en el mejor de los casos, llegando a resultar nosotros unos plastas estupendos y ellos los clientes más salados. ¡Dios mío! Pensé.
Salimos de allí a los ascensores de la quinta planta, creo que mantuve la compostura en toda aquella larga agonía y que le había caído bien a la rubia. Al fin y al cabo, no tenía nada en su contra y respetaba su trabajo, una mierda, al fin y al cabo. Me olvidé de Marcos, como todos en las siguientes quince horas, y terminé hablando sin ganas con María, que decía más sandeces que un zopenco que ya no tendría a su lado. No la comprendía, ella a mi tampoco. Bajé al andén y no quise mirar hacia la otra línea, donde estaba el resto del grupo improvisado, debía olvidarlo enseguida y ser más lista y no hablar demasiado. No me desmayé allí mismo, pero un enorme llanto se me acumulaba en el epicentro de los ojos y fui todo el camino mirando al suelo o hacia cualquier otro sitio que igual daba porque no podía encontrarlo.
Al llegar a casa caí en la cuenta de que me había olvidado de comprar el pan. Bajé a la calle y en la plaza había dos chicos sentados. Me llamó la atención el aspecto de la chica, parecía una nube violeta peinando la copa de los árboles en un atardecer. El chico actuaba de forma desagradable, llevaba una camisita de rayas azules pero su voz era grave, no podía esconder una tremebunda frustración con la vida y se le crisparon los dientes cuando ella miró hacia otra parte. Ya pasó hace tiempo, le decía, hace veinte años. Yo soy biólogo y mira, sabía que de eso no encontraría trabajo. Así que … rió. ¿Cómo fue? Le preguntó ella. Trabajé en prácticas, contestó.
Pasé a su lado sin ser vista, no me interesaba nada saber de aquel chico, es más, hubiera tratado de ignorar su presencia en cualquier caso, pero la chica parecía agradable y tranquila.
Cuando volví a entrar en el portal, salió un perro corriendo de la nada y me arañó la pierna efusivamente, llevaba leotardos y me dolió un poco. Detrás apareció su dueña que le regañó con tanto cariño que entendí fácilmente que en realidad se dirigía a mi. Me acordé de Marcos … olvidado entre tanta maravilla. Me preguntaron qué tal me había ido el día, respondí con evasivas: Mañana empiezo de comercial en Delicias.

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