Fotograma de
Lebensader, Ángela Steffen
Ayer estuve viendo los cortos del festival de cine alemán... Me pareció ver algo común en la mayor parte de estos, además de la calidad, que si bien podría trasladarse a cualquier sociedad humana, estaba en esta selección. Quizás se expresaba con más crudeza y radicalidad en la estética y por eso no pudo pasar desapercibido o quizás nació de esa necesidad de "perfección", al parecer tan alemana. Bueno, la respuesta no la se.
Sólo uno de los directores estaba allí. El cortometraje tenía este título: BETWEEN. Me resultó uno de los más incómodos o inquietantes, como se quiera llamarlo. Quise preguntarle: ¿muy poca ambigüedad, no? Creí entenderlo... a mi manera, pues no creo que él tuviera otra intención más allá de expresar, como dijo, unas imágenes poéticas que tenía en su cabeza... Aún así, si nos adentramos demasiado, si buscamos demasiado, corremos el peligro de encontrarnos con imágenes como las que mostraba este cortometraje y que rozaban la animalidad en el más amplio sentido del término, la animalidad de la locura, quizás.
Si nos alejamos demasiado nos encontramos con que en su reverso sucede algo parecido, la amabilidad de la apariencia queda congelada e incluso la playa más idílica puede convertirse en algo más estremecedor que la muerte misma cuando viaja en ambulancias. Y ¿por qué? ¿Por qué sucede esto? Pues no lo se pero dentro del equipo de limpieza nuclear que rebuscaba a conciencia en la habitación del niño, me pareció que no había nada, todo piel artificial. Tampoco había nadie al lado del niño que jugaba en la arena de la playa, sólo cierta clase de pájaros sobrevolaban la escena; pájaros en tantas otras escenas, imágenes que congelaban la posibilidad de libertad humana en su búsqueda despiadada; pero cuidado, porque las bolsas de basura contenían algo hecho a su medida.
Sí, casi todos los cortometrajes recalaban tanto en la presencia de un público que conmovían al más leve movimiento en la butaca y provocaban una respuesta que poco después volvía a desaparecer, como lo hacía la cabeza de ese Kafka homenajeado a cada golpe de tecla... Una maquinaria contra la que escribía y de la que se servía para escribir y de la que finalmente salió convertido en artefacto de maquinaria. Conservaba la cabeza... y el tiempo retrocedió entonces para volver a encontrarnos con ese Kafka recompuesto que incesantemente presionaba las teclas.